Nuestro guía era raro. Lo fue cuando lo conocimos y mucho más al despedirnos. Nos lo recomendó una aburrida y amable funcionaria de la pequeña oficina de turismo de Qazvin y, desde que nos visitó al hotel un par de horas después de contactarle, fui desarrollando una serie de síntomas leves ante su presencia, principalmente estornudos y enrojecimiento de la piel.
Veníamos el Indio y yo corriendo desde Armenia, pasando casi de largo por interesantes ciudades en el norte de Irán, como Jolfa o Tabriz, para llegar a tiempo a la cita con nuestras amigas en Qazvin. Pensé en el milagro de los panes y los peces y en la suerte de ser cuatro ahora para repartir el tiempo de conversación forzada con nuestro guía el raro. Por supuesto, no le hablé a nadie de esta reacción alérgica mía pero, tras unas horas en el coche por el valle de Alamut, el sistema inmunológico de todos nosotros andaba ya bastante alterado.
Por eso, cuando nuestro cicerone nos contó que la palabra española “asesinos” venía del término persa “hashashins”, y que este significaba “consumidores de hachis”, nos dio por reír y mucho. Según él, había una vez, en el valle de Alamut, una secta terriblemente sanguinaria, los hashashins, que mataban con el fin de volver al paraíso que su líder les había mostrado en un estado de intoxicación de cannabis. Digamos que el cielo de estos asesinos consistía en una fumada de campeonato. Y para llegar a él, no les quedaba otra que ser «hombres de provecho», sembrando el terror y matando, lógicamente, a los enemigos del bien. Nuestro guía sabía mucho sobre ellos y se deleitaba con cada escena sangrienta que describía, abandonando la mirada de la carretera y acercándonos más al abismo.
Después de esta historia, nos ofreció unas deliciosas galletitas.
Nosotras nos preguntábamos cómo estos asesinos perpetrarían tales crímenes tras haberse puesto finos a canutos. Imaginábamos a un asesino acercándose al enemigo y buscándose en los bolsillos de la chaqueta, ¿dónde he puesto el cuchillo, tío? ¿Tú lo has visto? Y, claro, estaba el problema del tiempo de reacción. ¿Y si los adversarios eran de espoleta rápida, de los que atacan antes de defenderse, de los que ya han desenfundado cuando se aproxima el enemigo? No entendíamos qué oportunidades de sobrevivir podía tener un matón todo cocido. Joder, estos asesinos lo tenían muy complicado. Y rezando por que no les entrara la risa… Eso sí, después de cada batalla: «un porrito pa el pecho por lo bien que lo hemos hecho».
Cavilábamos sobre esto y aquello, y luego nos asomábamos a la ventana. Nos sorprendíamos con los paisajes que las nubes henchidas y rebosantes nos mostraban durante eternos minutos soleados para ocultarlos de nuevo bajo un manto gris y mojado. El cielo protegía sus valles y cañones con la fuerza y la autoridad que la naturaleza le otorga a finales de otoño.
Paramos en una tienda de un diminuto pueblo a comprar agua y cerveza sin alcohol. Una de mis amigas creyó que el tendero le ofrecía marihuana y nos asustamos, al fin y al cabo nos encontrábamos en Irán, el país de las prohibiciones. Pensamos que tal vez nos creían assesinas.
Bien mirado, tampoco parecía del todo desagradable la idea de que nos consideraran seguidoras de los malvados asesinos. Tal vez nos dejaran fumar maría, cantar, bailar, llevar el pelo suelto y beber cerveza con alcohol.
Para cuando se nos pasó el primer susto y llegamos a la segunda conclusión, ya habíamos salido de la tienda y rodábamos de nuevo atravesando valles y montañas. Nunca supimos si realmente nos habían querido proveer de drogas o si nuestra percepción, algo perturbada, formaba parte de un delirio colectivo. Seguimos riendo, carcajeándonos, y zampándonos las galletas del guía, que por cierto, tenían un sabor acre y dulzón bastante particular.
Ovan, Andaj, Gazor Khan
El Castillo de Alamut es solo una excusa para realizar este viaje. Alamut destaca por sus montañas y sus valles, por las formaciones rocosas, por los ríos, por los chopos y los cerezos, por la inmensidad y el silencio. El verdadero destino son las subidas y bajadas hasta el lago de Ovan, la serpenteante carretera hasta Andaj que discurre entre cañones gaudianos, las llameantes hojas escarlata deslumbrando en el trágico otoño.
El tal castillo de Alamut ni es un castillo ni está en Alamut. Se encuentra en la localidad de Gazor Khan y fue un castillo hace 1 000 años cuando el líder de la secta nizarí (los famosos asesinos), Hasan ibn Sabbah, lo conquistó. Ahora es lo que se conoce como «ruinas». Unas ruinas muy interesantes, por cierto, por su historia, la ubicación, una curiosa tetería secreta en una cueva y, sobre todo, por las personas que han pasado por allí. Desde Marco Polo a la gran exploradora y viajera Freya Starks de la que me gustaría decir unas palabras más adelante.
Garmaroud y Piche Bon
Las montañas de Garmaroud y Piche Bon no desmerecían los paisajes del día anterior. Queríamos que nuestro guía nos llevara a conocerlas a fondo, que nos perdiera durante horas por su inabarcable imperio. Pero, en contra de lo que decía su tarjera de visita, nuestro guía no era un experto de montaña, ni posiblemente de nada de nada. Andaba totalmente perdido bajo las nubes que amenazaban con descargar con fuerza los síntomas del incipiente invierno. Su inseguridad nos asustaba a cada paso y yo ya no podía parar de estornudar y de rascarme.
Dimos un paseo de unas 3 horas por Garmaroud y emprendimos la vuelta a Qazvin.
Había caído la noche y el guía entró en una efervescencia frenética. Primero nos convidó a dormir en su casa cobrándonos el doble del hotel en el que nos alojábamos. Nos declaró su amor para convencernos y se fue creando una tensión innecesaria que dotaba toda la escena de una irrealidad absurda. Como si efectivamente hubiéramos aceptado aquella marihuana de la tienda. Y, cuando por fin faltaba poco para llegar a Qazvin, se exaltó en exceso en una conversación sobre balcones y gobiernos hasta el punto de precipitar el coche por uno de los pocos lugares de la carretera en el que había quitamiedos. Tuvimos suerte, hasta se me disipó la alergia de una vez. Me comí todas las galletas que quedaban hasta llegar al hotel.
Fin del Viaje: Freya Starks y los fumetas asesinos
Al día siguiente, ya en Qazvin, descubrí a Freya Starks.
Cuando era pequeña, mi padre solía a admirar a Lawrence de Arabia, por sus intrépidas experiencias viajeras, la complejidad de su carácter inmortalizado en una gran película y, supongo que también, influido por la heroicidad de los personajes históricos masculinos que terminan siempre ganando guerras.
Ni en mi casa ni en el colegio escuché jamás hablar de una mujer de personalidad deslumbrante aventurándose donde los demás no llegaban. Hay mujeres inteligentes, seguro, pero sólo los hombres son capaces de destacar por sus hazañas, pensaba yo en aquellos tiempos escolares.
Hoy ya suenan un poco nombres como los de Lucy Atkinson, Gertrude Bell o la intrépida Freya Stark, que llegó a escribir a propósito de sus viajes: «the greatest and almost only confort of being a woman is that one can always pretend to be more stupid that one is and no one is surprised (el mayor y casi único consuelo de ser mujer es que una puede siempre pretender ser más estúpida de lo que es y nadie se sorprende)».
Nuestra exploradora vivió en Irak y Egipto trabajando como enfermera y para la inteligencia británica, pero su alma era de escritora, consiguiendo retratar la realidad de sus viajes con una sutileza exquisita, desprovista de cualquier arrogancia colonial. Viajó, entre muchos lugares, a Afganistán, Siria, Persia, Palestina y Arabia Saudí, descubriendo la magia del romántico Oriente de las Mil y Una Noches, obra que le acompañó desde niña y nutrió sus sueños de adolescente.
Una de sus obras más conocidas es precisamente The Valleys of the Assassins and Other Persian Travels, en el que narra los viajes que realizó por Lorestan, Alamut Valley y Tajt-e Soleimán entre 1930 y 1932. En sus escritos habla del placer de viajar sola y de la peligrosidad de estas lejanas tierras, llegando a afirmar que eligió Alamut por tener menos posibilidades de ser asesinada.
Estoy intentando encontrar entre sus páginas la verdad de lo que nos dijo nuestro guía sobre los fumadores de hachís, seguro que dice algo.
Aquí está, Starks también menciona la historia de la etimología de la palabra “assassin”. Se refiere a los “hasashins” como una secta sanguinaria consumidora de hachis. Es decir, que nuestro guía tenía razón, ¡los asesinos eran de verdad unos fumetas!
No me lo puedo creer. Investigo más sobre este asunto hasta llegar a Marco Polo, que fue quien difundió la noticia de los fumadores de hachish. Parece que todas la publicaciones de internet están de acuerdo en este punto, sobre todo, las páginas en español. Las webs cuentan una y otra vez historias de drogas y paraísos en Alamut.
Pero espera, en inglés encuentro ya voces discordantes, escritores como Amin Maalouf que ponen en cuestión esta teoría de las drogas de los assassins.
Ahora ya sí, parece que no hay ninguna evidencia de que los assassins consumieran hachís. El término con el que se designaba a los nazaríes, “asasiyun”, podría significar “seguidor de la fe”, y utilizado de forma despectiva, vendría a decir algo así como “fanático”. Los occidentales nos liamos con la traducción y por eso introdujimos el hachís en el algoritmo. Esta teoría tiene mucho más sentido, parece estar mucho más respaldada, pero a quién le importa un carajo la verdad.
Sí señor, nos quedamos con los fumetas asesinos, mucho más épico.
Información Práctica
– Al valle se puede acceder en taxis compartidos, taxis privados, autostop y coche propio, claro. En mi opinión, un solo día para explorar la zona resulta poco tiempo, es mejor dormir en algún pueblo del valle. Y si hace bueno, mejor quedarse varios días para disfrutar de las montañas, teniendo la posibilidad incluso de llegar andando hasta Tonekabon en el Mar Caspio.
– Lo más fácil es contratar a un guía que conozca los lugares naturales más interesantes y alojamientos familiares tradicionales. La web está llena de guías que se anuncian y hay otros blogs que recomiendan personas y publican incluso sus números de teléfono. El nuestro no lo recomiendo.
– En realidad hay alojamientos en casi todos los pueblos, pero no existe mucha información en internet, por lo que si se va sin guía, es cuestión de lanzarse a la aventura e ir improvisando. Nosotros dormimos en una acogedora casa de huéspedes en Shahrak y comimos en otro alojamiento local en Garmarud.
– Aquí se encuentra algo de información interesante sobre los posibles trekkings.